Aliciente Alicia

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Esto de querer reunir mi obra dispersa, me encuentro con que me crea más dificultades de las previstas. Por ejemplo, que desaparezcan las webs en las que he publicado tal o cual cosa, y por lo tanto los enlaces con los que remito a ellas desde mi maceta conduzcan a una página fastidiosamente ciega.
Es lo que me ha pasado con una entrada de 2015. En ella, enlazaba a una nota de prensa construida a partir de mis respuestas a un cuestionario sobre la Alicia de Lewis Carroll, con motivo de sus 150 años. Respuestas que en realidad fueron una, pero larga, a la primera pregunta, lo cual consideré que me eximía de ocuparme de las demás.
Dios sabrá por qué, pero ya no aparece. Pero no hay mal que por bien no venga: como tuve la precaución de guardar mi respuesta (siempre conviene tener una prueba que oponer a lo que entienden los periodistas), aquí la transcribo, ahora completamente mía menos las preguntas. Ojalá vuelva a servir como aliciente para leer las aventuras de la sesuda niña*.
¿Cuál es el valor y trascendencia de la obra de Lewis Carroll?

Empezaría por la incorporación a la literatura infantil (y la literatura en general) del nonsense, del absurdo, que es una tendencia muy antigua en la literatura popular de Occidente (cuentos y canciones infantiles, por ejemplo) pero que aún carecía de presencia relevante en la literatura que llamaremos “culta”, es decir, escrita, publicada y respetada por la crítica. En Alicia no encontramos un mundo maravilloso pero coherente, al estilo del cuento de hadas tradicional, sino una continua alteración de las normas lógicas que rigen la realidad: las acciones, el comportamiento de los personajes y sus propias conversaciones, donde se da la vuelta a todas las convenciones del lenguaje en cuanto a la congruencia e incluso el vocabulario. Eso sí, da una impresión de tratarse  de un absurdo muy metódico, nada descuidado; no en vano Lewis Carroll era profesor de Lógica y Matemática además de ajedrecista (el viaje de la segunda parte de las aventuras de Alicia, A través del espejo, sigue de hecho los movimientos de un peón sobre el tablero).
Carroll explota también la tradición del “sueño literario”, y la hace avanzar un paso más. El absurdo se justifica en Alicia por la particular lógica del sueño: el protagonista (aquí una niña) sueña, y ello le permite no solo presenciar una realidad disparatada e imposible, sino además valerse de ella para hacer una sátira  de la realidad. Se trata de un recurso que utilizó en el siglo XVII uno de nuestros clásicos, Francisco de Quevedo, con quien Carroll coincide por ejemplo en dar vida a personajes de la cultura popular como Humpty Dumpty, y también a realidades cotidianas nada personales salvo en el nombre: el Gato de Cheshire (una variedad de queso), la Falsa Tortuga (un tipo de conserva de carne) o expresiones coloquiales como el Sombrerero o la Liebre de Marzo (dos expresiones usadas en inglés para referirse a la locura). Por medio de estos y otros personajes que va conociendo Alicia, Carroll ofrece caricaturas feroces de algunos aspectos de la realidad como el autoritarismo, la educación de los niños, la justicia y el derecho, costumbres sociales como el cumpleaños, el té o el juego del croquet…
A propósito de la educación, Las aventuras de Alicia es un libro infantil de puro entretenimiento, que se sacude la obligación pedagógica impuesta (entonces como hoy) a mucha literatura para niños. De hecho, se ríe bastante de lo pesados que pueden ser los mayores produciendo literatura con moraleja para niños y obligándoles a leerla: Alicia se aburre con los libros de su hermana porque no tienen imágenes (¿quién imagina una edición de Alicia sin ilustraciones?), y a lo largo de su viaje escucha parodias, tan divertidas como disparatadas, de canciones educativas infantiles sobre abejas laboriosas, el honrado padre Guillermo o “Twinkle, twinkle, little star”, que Carroll transforma en “Little bat”. También deja constancia de que los niños, tanto más cuanto más pequeños, no son siempre tan encantadores como se cuenta (como los repelentes Tweedledee y Tweedledum).
En cuanto a la valoración de Alicia, ha ido en aumento sobre todo a lo largo del siglo XX. No solo por la expansión de la cultura anglosajona a lo largo de este periodo, sino porque las propias revoluciones artísticas encontraron en Lewis Carroll un precursor. Como empezó a ocurrir principalmente a partir de las vanguardias, en Alicia hay un sentido lúdico del arte, de la letra y de la imagen. El mundo de los sueños y su peculiar lógica será aprovechado por el surrealismo. La tradición se aprovecha de forma humorística, se dislocan la lógica y el mismo lenguaje. Alicia es una obra que ha interesado también a filósofos y lógicos, en cuanto que la filosofía del lenguaje ha ocupado un primer plano en el pensamiento occidental contemporáneo. Alicia en el país de las maravillas y su segunda parte (más pesada para mi gusto), Alicia a través del espejo, plantean muchas preguntas sobre la relación entre las palabras y la realidad, entre lo que los hablantes piensan y lo que dicen.
Hay herencias menos profundas, pero que hay que tener en cuenta, como la proliferación de narraciones fantásticas (no siempre infantiles) cuya trama consiste en un viaje desde la realidad a un mundo de ensueño o realidad paralela. Ejemplos ilustres podrían ser obras tan diferentes como El mago de Oz o Las crónicas de Narnia, nada absurdas pero también con su pizca de sátira o de alegoría. Muchos relatos en cine también han aprovechado los planteamientos de Alicia, aunque sus adaptaciones directas más populares creo que quedan a mucha distancia del original. A veces, incluso, lo traicionan cuando le añaden un argumento principal coherente o, peor aún, moralejas, que es lo que pasa con la versión reciente de Tim Burton.
Alicia armadura

Igualica, la niña…

* Tan sesuda, que la única concesión a lo sentimental, al menos que yo recuerde, no corresponde a Alicia ni a ninguna criatura fabulosa, sino a su hermana mayor, que cierra la aventura del País de las Maravillas con una reflexión que prefigura la aguda nostalgia de la infancia presente en el Peter Pan de Barrie:
«Por último, imaginó cómo sería, en el futuro, esta pequeña hermana suya, cómo sería Alicia cuando se convirtiera en una mujer. Y pensó que Alicia conservaría, a lo largo de los años, el mismo corazón sencillo y entusiasta de su niñez, y que reuniría a su alrededor a otros chiquillos, y haría brillar los ojos de los pequeños al contarles un cuento extraño, quizás este mismo sueño del País de las Maravillas que había tenido años atrás; y que Alicia sentiría las pequeñas tristezas y se alegraría con los ingenuos goces de los chiquillos, recordando su propia infancia y los felices días del verano».

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