Clásicos, folletines y aventuras

Fernando_Álvarez_de_Toledo,_III_Duque_de_Alba,_por_Antonio_Moro

La referencia que hice en el pasado artículo sobre el Shanti Andía  a la falta de una tradición «aventurera» moderna en la novela española, con el agravante de mi condición de peruano, provocó en su día una furia en un lector de tierras flamencas, que ni el duque de Alba. Declaraba en su comentario que nunca hubiera escrito aquellas «tonterías» si hubiera conocido la obra de Francisco Navarro Villoslada. Le dediqué una amable réplica que, como quedó asimismo larga y sustanciosa, me parece que vale la pena arreglarla un poco aquí y darle vida propia.

Al referirme en mi pasada recomendación al género literario de la novela de aventuras, no tuve en cuenta que a este podía también asimilarse al de la novela histórica folletinesca que predominó en el siglo XIX, con elementos que podrían considerarse propiamente aventureros. A falta de “tierras vírgenes, exploraciones, naufragios”, estos relatos  presentan persecuciones, desapariciones y reencuentros, duelos, misiones… elementos que claramente predominan en espacio e interés sobre los históricos, y cuyos modelos evidentes y duraderos habrían sido Walter Scott o Alexandre Dumas. En España no les faltaron seguidores, y yo mismo ya dediqué otro día una recomendación a El señor de Bembibre.
Sin embargo, aun aceptando “novela histórica” por “novela de aventuras” (pulpo como animal de compañía, dicen algunos en España), no me desdigo de la afirmación sobre la falta de ficciones aventureras clásicas anteriores al siglo XX. Lo que pasa es que no me atrevería a otorgar a ninguno de los cultivadores del folletín romántico la categoría de “clásico”: ni a Trueba y Cossío, ni a Gil y Carrasco, ni al Larra de El doncel de don Enrique el Doliente, ni a Luis de Eguílaz, ni a Manuel Fernández y González, ni siquiera a Navarro Villoslada. En esto de definir “clásico” me atengo bastante a la definición de Italo Calvino, y por tanto no me parece que “clásico” signifique lo mismo que “antiguo”: lo cierto es que dichos novelistas no han perdurado ni influido de manera considerable en el transcurso de la literatura posterior.* La gran novela española decimonónica fue por otros derroteros menos exóticos, los del realismo de Pardo Bazán, Pereda, Clarín, Palacio Valdés o Galdós (cuyas dos primeras series de “Episodios nacionales”, por cierto, sí podrían tener características de novela histórica, aventurera y folletinesca…).
En cuanto a mi alusión al colonialismo español, al parecer urticante para mi ofendido lector de Bélgica, admito que con ella deseaba provocar una réplica, aunque acompañada de algún argumento. Aquí está el mío: la novela de aventuras, entendida tal como constaba en el primer párrafo de mi pasado articulito, está ligada a la expansión colonial de las naciones occidentales. Es decir, al periodo en que los relatos reales de azarosos viajes en pos de descubrimientos geográficos, conquistas políticas o ganancias económicas dieron lugar a relatos imaginarios con elementos parecidos, entre los cuales no es el menor la lucha contra la misma naturaleza hostil (elementos, fieras… y nativos). Dichos elementos, España los recogió en su literatura, pero antes de haber desarrollado el género de la novela: lo hizo en las crónicas de Indias a partir del siglo XVI, es decir, cuando construyó su imperio dos siglos antes que otras naciones. Imperio que perdió, justamente, cuando estas llevaban a cabo su gran expansión en el XIX.

[Castellano Actual, 6/VIII/2016]

*Bueno, a Navarro Villoslada habría que reconocerle un honor popular más político que literario: haber contribuido con sus fantasías a llenar los vacíos históricos del nacionalismo vasco.

2 comentarios en “Clásicos, folletines y aventuras

    • Sí tiene aventuras, claro: acción y viajes. Y antes que esa, la novela de la antigüedad. Podrían ser precedentes, pero no creo que haya continuidad con la novela de aventuras contemporánea, que más bien provino de los relatos de no ficción que comenzaron a partir de las crónicas de Indias del siglo XVI, o las relaciones de viajes y sucesos como naufragios o acciones de piratas… Obras como «Robinson Crusoe» o el «Gulliver» son respectivamente imitación y parodia de ese tipo de literatura.

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