Archivo de la categoría: Mentes peligrosas
Como en casa no se lee en ningún lado
YO: Traigo un libro para Hija Mediana.*ELLA (con alborozo): ¡Un libro!YO: Sí, uno de los del plan lector.ELLA (desilusionada): ¡Del plan lector!
*Mi manera de pixelarla, porque es menor de edad.
En un libro viejo: Un boleto
(Donde azorineo un poco más)
Sigo hojeando Félix Vargas a largos intervalos. El solaz no reside en la lectura, sino en el tacto de las páginas marfileñas, en el aprecio de las curvas de su gruesa tipografía. Repentinamente, entre las hojas se enciende el vivo carmesí de un rectangulito de papel. Lo tomo entre dos dedos con miedo de arrugarlo. En letras albas reza FEDERACION / NACIONAL / BUSES Y TAXIBUSES / DE CHILE. Sigue leyendo
Dios le da pan al que olvida sus dientes
Un brindis ignaciano
Aquel “País del agua”
El primer poema propio que me atreví a leer en público espero que esté debidamente olvidado por cuantos lo escucharon o llegaron a recibir una copia, que alguno hubo. Sigue leyendo
Interdisciplinariedad

*Obviamente, la anécdota es de antes de este año.
Elogio del especialista

¿Y el otro pulmón qué?
Los estudiantes, peores

Tomado de aquí
—Los alumnos cada año son más malcriados y más vagos. Y yo me alegro.
—¡¡¡…???
—Por supuesto, querría que fueran cada vez mejores, pero como eso es ser demasiado fantasioso, la tentación es la de desear que sigan igual que siempre. Pero, si siempre fueran igual de malcriados, podríamos rendirnos, acostumbrarnos y dejar de exigirles. Que cada año sean peores es un recordatorio de nuestra necesaria inflexibilidad.
Lo que lograrán leer
Dirán, como Daniel Pennac, que el verbo leer no admite imperativo, y yo les daré la razón en cualquier ámbito que no sea la universidad. Aquí, si no te gusta leer, no entres, y si no te gusta lo que te dan a leer, aprende a explicar por qué.
Declaro estos principios –si no les gustan, tengo otros– porque me dispongo a hablar de la circunstancia de las lecturas obligatorias de mis cursos, y a muchos se les subirá al vallar de los dientes la frase de Pennac. Lo mismo que a mí: los comprendo y me anticipo, más que por objetarles, por afinidad con ellos. Moi hypocrite lecteur!
Pero vamos a lo que importa. Sigue leyendo
Vindicación del unicornio

De es.123f.com
(Sobre) El castellano de Tarzán
Escolios a un texto implícito (quien lo quiera explícito, pinche aquí)
Para Antonio Guardiola, con gratitud entre otras cosas
Primero: Aun habiendo podido titular la entrada “El español de Tarzán”, cambio el nombre del idioma por su sinónimo. En parte, por obvia alusión al título de la página donde se publica el artículo. Y, también, por evitar que algún iniciado en la materia piense que me estoy refiriendo a un individuo de nacionalidad española. En las novelas de Edgar Rice Burroughs recuerdo que aparecían dos. Tarzán el indómito presentaba el hallazgo del cadáver centenario de un aventurero español: no ocupaba mucho pero el efecto era gratamente misterioso. En Tarzán el terrible, en cambio, ya actuaba un compatriota mío, Esteban Miranda, cuyo aspecto físico resultaba ser casi idéntico al del rey de los monos, lo cual lo convertía en un peligroso antagonista. Tardé en conocer la existencia de este personaje ambicioso y traicionero porque el primer lugar donde debería haberlo encontrado, las páginas de Tarzán entre pigmeos (sosa manera de retitular Tarzan and the Ant-Men), su presencia se evaporaba misteriosamente, y eso que en el original generaba una importante trama secundaria. Sin duda fue un caso de patriotera censura o autocensura.
Don Juan entre pucheros
—¿Pusiste el aceite? —Sí.—¿Está hirviendo? —Todavía.—¿Lo prendiste? —Lo prendí…

Flojera y reputación

Profesor de literatura
Poesía por sorpresa
Confusión que resume la delgada frontera entre cotidianidad y poesía, o tal vez la eterna querencia del alma a la belleza: en un ejercicio escolar leo, distraído, besándose en su voz. Un parpadeo de concentración me desengaña al mostrarme, claro y prosaico (más un pelín pedante), “basándose en su voz”.
Educar sin instruir

Juegovideos

Tomada de aquí
‘El último’ de Murnau: milagro en el Atlantic
Der letzte Mann, película de F.W. Murnau de 1924, cuenta una historia tan sencilla como melodramática. El portero del lujoso hotel Atlantic vive orgulloso de su profesión, atendiendo exquisitamente a sus opulentos huéspedes. El actor que lo encarna es Emil Jannings, quien, como en el personaje que encarnaría años después en El ángel azul, emana una autoridad destinada a degradarse. Del hotel al modesto barrio donde vive, siempre porta con orgullo algo infantil su imponente uniforme, mientas que sus vecinos lo respetan hasta la devoción. Sigue leyendo
Cuatro siglos de mala escritura
Napoleón en la RAE

Ulises, épico y moderno
Notas, por si sirven, para profesores y estudiantes
Con el cine de género, la épica degeneró. Al menos, respecto a su concepto original. Lo cierto es que el término, en los últimos años, ha caído en la insoportable vaguedad de ser cualquier cosa: bromas épicas, celebraciones épicas…
Pero ya de mucho antes, tampoco era necesario frecuentar las aulas para oír hablar de películas o novelas épicas (a menudo trilogías o series). Esto no suele significar otra cosa que unos relatos de ambientación fabulosa, que evoca tiempos remotos de manera poco realista. En ellos, los conflictos se resuelven mediante el enfrentamiento violento, masivo y continuado, cuerpo a cuerpo a ser posible; en cuanto a sus héroes, encarnan valores positivos universales o con pretensión de serlo. Sigue leyendo
Sinestesia
Los comulgantes

No pongan esa cara tan seria: les prometo que no voy a hablar de cine. Lo siento.
Recomendación: las ficciones de Luis Loayza
A la que agrego una cita que conmoverá profundamente a todos los de mi gremio:
Carlos se dedicó a reescribir su tesis. En sus años de estudiante solía recoger fragmentos, versos aislados, dos o tres palabras juntas de poemas coloniales peruanos en los que sucedía algo, una pequeña explosión (o las palabras eran restos de esa explosión), no porque el autor tuviese talento sino por simple casualidad o generosidad del idioma. Carlos anotaba estas sorpresas, esbozaba teorías más o menos descabelladas sobre la poesía, la Colonia, el Perú. Con el tiempo fue olvidando las citas y las teorías, que tan bien sonaban discutidas entre amigos, y el trabajo se volvió más preciso, documentado en insignificante. Logró aclarar dos o tres fechas en las vidas de escritores de tercera línea, descubrió en bibliotecas de convento unas cuantas ediciones no mencionadas en las bibliografías, leyó -tomando minuciosamente notas en fichas de distintos tamaños- libros y manuscritos que nadie había tenido la paciencia de leer. El resultado no le gustaba. No era tan vano como para menospreciar la erudición, en otros deslumbrante: en otros, justamente, no en él.
[“Otras tardes” en Relatos, Lima, Editorial Universitaria, 2010,pp. 234-235]
Regreso a Hills End

La máquina del tiempo (perdido)
“La casa encendida”: recomendación anecdográfica
(La serena y oficial se encuentra aquí)
Frivolidades
En este artículo de Castellano Actual he echado a un episodio de mi vida profesoral toda la magnanimidad y el buen humor que me caben en el cuerpo. Porque no me negarán que, de estas dos imágenes,
afirmar (contumazmente) que la que encarna la frivolidad es la de la DERECHA no es como para decirse que más valdría, en verdad, que se lo coman todo y acabemos…
La impaciencia
Desde que mi primogénita, hace cosa de tres años, me salió con que lo que quería hacer cuando sea mayor era “tomar vino”, mi vida familiar discurría bastante tranquila en materia de vicios tradicionales. Pero la amenaza regresó ayer, inesperada, por boca de mi segundogénita que trotaba la calle Lambayeque, más que cantando, jaleando:
—¡Dieci-o-cho! ¡Dieci-o-cho! ¡Dieci-o-cho!
—¿Qué te pasa? ¿Estás contando algo?
—¡Noo! Es que había una sala con juegos que me dijo mamá que no pueden entrar niños, y el año que hay que tener es dieciocho. ¡Dieci-o-cho! ¡Dieci-o-cho!
—Aah… ¿Y tú quieres tener ya dieciocho años para entrar a esos juegos?
—Sí, y mamá me va a comprar un bolso y un celular. ¡Dieci-o-cho! ¡Dieci-o-cho!
De manera que catorce años me quedan para prevenir la ludopatía. Menos mal, porque hay otros hijos que no avisan.