Los comulgantes

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No pongan esa cara tan seria: les prometo que no voy a hablar de cine. Lo siento.

Cierta anécdota de hace años que me fue muy celebrada en Facebook me había hecho creer que mi primogénita entendía la diferencia entre poder como ‘capacidad’ y como ‘tolerabilidad social’ (los que se hayan leído la Ética a Nicómaco seguro que sabrán designarlos mejor que yo).

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Años después me doy cuenta de que aquel paso adelante necesita de otros sucesivos. También de ir adentrando a mi aprendiza de mujer en el concepto político de la separación entre la Iglesia y el Estado.
Pasó en fechas recientes, asistiendo a la primera comunión de un amiguete: una bonita ceremonia sin esa plaga (altamente criticable) de espontáneos fotógrafos que infestan el gran momento, no sé si porque piensan captar el algunos de sus intentos al mismísimo Espíritu Santo (para mí que más bien lo espantan).
A mi niña le llamó la atención toda esa fila de adultos que escoltaban a los neocomulgantes. Son los padrinos, le expliqué, aquí es costumbre que los niños tengan su padrino de primera comunión. En España, los niños comulgan sin padrino.
Ella entonces me miró preocupada:
– ¿Es ilegal?

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