«McLintock!», parodia y homenaje

McLintock

A partir de los años 60, en una época en que el western clásico y heroico declinaba frente a la suciedad y el cinismo de Sam Peckinpah o Sergio Leone, la cara amable del género encontró una nueva forma de expresarse en la comedia. Javier Urkijo* cita algunos ejemplos, de los cuales el más digno de recuerdo me parece Butch Cassidy and the Sundance Kid (en España, Dos hombres y un destino (1969).

McLintock! (1963) es un western menor. Trabajaron en él epígonos, bastante anodinos, de grandes estrellas de la edad de oro: Andrew V. McLaglen (director), Michael Wayne (productor) y Patrick Wayne (actor). Su mayor interés consiste en verla protagonizada por una pareja mayor que la propia película, la de John Wayne y Maureen O’Hara, que se autoparodian ferozmente, y me imagino que pasándoselo muy bien ya que al fin y al cabo rodaban “en familia”. El “duelo” final entre esposos, bajo las aclamaciones de todo el pueblo, deja en amable riña conyugal el episodio análogo de El hombre tranquilo.

Wayne O'Hara

Once años entre una y otra, y siguen igual

Las riñas a puñetazos entre colonos, e incluso las guerras contra los indios, concluyen con amistad y respeto; los remilgos de los urbanitas del Este se ven humillados por la sana espontaneidad de los campesinos del Oeste, quienes con su manera directa y personal de resolver sus pleitos humillan a los políticos y leguleyos que representan la “civilización”. En suma, todo un compendio ideológico del western de los años 30-50 que, a falta de sutileza, proporciona también algunas frases que aventajan en enjundia y en ingenio a la mayor parte de la historia. Por ejemplo, la reivindicación de autonomía de John Wayne (McLintock), que si se la llega a soltar un año antes a Vera Miles en El hombre que mató a Liberty Valance, seguro que no lo hubiera cambiado por el abogadillo:

liberty_valance_05

Si echamos a esos colonos, correrá la voz de que esta región es demasiado salvaje para ser un estado. Y continuaremos así, en plan de territorio, plagados de políticos que nos gobernarán de acuerdo con lo que aprendieron en alguna universidad donde creen que las vacas son algo que da leche y los indios algo que hay a la puerta de las tabaquerías.

O el comentario entre los dos viejos amigos que no acaban de entender ciertas nuevas costumbres que llegan de la ciudad:

Eso del divorcio, ¿es lo de que tienes que pagar a una mujer para no tener que vivir con ella?

Y, por último, alguna aguda denuncia del racismo, cuestión mucho más compleja en las mejores películas del Oeste de lo que normalmente se afirma:

-No tengo más que presentarme en la calle. Algún chistoso me llamará indio y ya se habrá armado la gresca. (…)

-¡Eres un indio!

-Sí, ya lo sé, soy un indio. Pero también soy el corredor más rápido del pueblo, he estudiado en la capital y soy telegrafista del ferrocarril. ¿Hay alguno que diga “Hola estudiante”, “hola, corredor», “hola, telegrafista”?

*Francisco Javier Urkijo, Sam Peckinpah, Madrid, Cátedra, 1995, p. 151

4 comentarios en “«McLintock!», parodia y homenaje

  1. ¿Y realmente vale la pena dedicar espacio a películas tan menores, habiéndolas, como dices tú, tan dignas de recuerdo? Echo de menos que vuelvas a publicar algo como lo que hiciste sobre «La diligencia» o «El tercer hombre».

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    • Lo que pasa es que sobre las grandes películas me cuesta mucho decir algo que no se haya dicho ya mucho mejor de lo que yo lo haría… Algo bueno del cine menor, e incluso el cine malo, da mucho que pensar, y sobre cosas que no son la película.

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  2. Esa «reacción» del western clásico, en forma de comedia, reveló el agotamiento del género en que, como dices, no ha dejado películas dignas de recuerdo. Quizá lo que mantuvo vivo ese espíritu durante más tiempo fue la tele, con «Bonanza» y otras series, que el cine.
    No extraña que el western optimista, heroico y con valores claros y firmes empezara a cambiar en los 60. Le pasó a todo el cine de Hollywood, pasada la esperanza y la prosperidad de la segunda posguerra mundial. Los jinetes solitarios, a veces algo misántropos pero que defendían los valores comunitarios de la propiedad, la familia o la democracia, se convirtieron en cínicos pistoleros que solo aspiraban a sobrevivir, porque la comunidad en cuestión se había revelado como cobarde, insolidaria e hipócrita, es decir, indigna de ser defendida. Con esta nueva ambigüedad moral, se acentuaba también el feísmo estético en los escenarios, los personajes y el tratamiento de la violencia.
    El western cómico es interesante más que nada, como en esata de McLintock, por ver en ellas «sobrevivirse» a los actores emblemáticos del western clásico. Solo unos pocos se atrevieron a pasar al nuevo western «oscuro», de mayor calidad artística, y revelaron facetas inéditas y excelentes de su talento: William Holden en Grupo salvaje, Henry Fonda en hasta que llegó su hora… En cambio, quien claramente no podía -ni quería- dar semejante salto era John Wayne,
    el vaquero por antonomasia, que permaneció fiel a sí mismo hasta el final, hasta El último pistolero (en cuyo rodaje se negó a hacer una escena en que disparaba a un enemigo por la espalda, para cólera del director Don Siegel). No le fue mal sin embargo; por el camino finalmente ganó su Oscar por Valor de ley.

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    • Gracias. Señalaría como transición entre el western «clásico» y el «desancantado», las películas de Anthony Mann como «Colorado Jim» o «El hombre de Laramie». Que descubrieron ya un cierto lado oscuro para James Stewart, explotado hasta el límite por Hitchcock ya fuera del western.

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