Diez años de «La pasión»

caviezel

La pasión ha vuelto en estos días a la pantalla chica, embutida como en mal jamón de York junto con el habitual revoltijo televisivo de Semana Santa (ingredientes: cualquier película en la que haya romanos o señores con faldita que se les parezcan). Este filme de Mel Gibson, aparte de plantar un último hito en su género, se convirtió en signo de contradicción y piedra de escándalo por una pila de razones. La acusación más difundida por sus detractores fue la de que “incitaba al odio”; paradójicamente, creo que no les faltaba razón porque pocos cineastas habrán sido más odiados que Gibson a causa de esta cinta.

Digo un hito porque se trata de la película independiente más rentable de la historia, y porque dotó al cine que llamaré “confesional” (o sea, cristiano no solo de contenido sino también de producción) de una cierta ambición artística como para exhibirse en salas y festivales en lugar de en parroquias y colegios. En el imaginario popular, la vigorosa imagen del Salvador en La pasión (un Jim Caviezel que, gracias a un excelente maquillaje, no se parece a Caviezel y por tanto puede perfectamente ser Jesús) ha disputado su presencia con la enjuta efigie de Robert Powell en Jesús de Nazaret, la célebre miniserie de Franco Zeffirelli.

Robert Powell

El director italiano, por cierto, creo que se horrorizó con La pasión, y pese a su cierta fama de relamido hay que entenderlo. Dejando de lado poco justificadas fobias ideológicas (por las que no habría que culpar al director sino a Mateo, Marcos, Lucas y Juan), la extremada violencia también fue muy controversial, y desde luego no resulta asimilable para todos. No me parece que gore sea el calificativo más apropiado para ella, pero está fuera de duda su importancia dentro del deliberado efectismo (que muchos llamarían hollywoodiense) de la película. Si el cine basado en el Evangelio parecía haber procurado siempre el distanciamiento y la pulcritud de un libro de estampas decimonónico, Gibson lo dotó de los recursos narrativos del cine comercial: así la música omnipresente, la recurrente cámara lenta o un tratamiento del elemento  diabólico que recuerda al cine de terror canónico. Aparte, incluyó su propio sello personal en el tratamiento de la violencia (Braveheart, Apocalypto), que finge ser naturalista por más que tenga también mucho del expresionismo artístico de antiguas iconografías cristianas, como la del tenebrismo barroco o el renacimiento flamenco (al que recuerdan también grotescos detalles como la caracterización animal de algunos personajes secundarios, por ejemplo Barrabás).

Ilusión de realidad es lo que buscan también los diálogos en latín y arameo, otra de las originalidades más llamativas de la cinta  que se me antoja con menor rigor histórico del que quiere aparentar (la lengua franca y de cultura en aquellas latitudes era más el griego que el latín). Otros detalles más evidentes, como los relativos a las reconstrucciones históricas de la crucifixión (Jesús clavado a la cruz por las palmas y no por las muñecas, o cargando con la cruz entera en lugar de solo el travesaño) confirman que La pasión no aspira a ser una pieza “arqueológica” ni documental. Un tratamiento realista tampoco hubiera tolerado la presencia visible de lo invisible, en este caso la representación del mal, donde el espectador contempla lo demoníaco a través de los ojos de Jesús o de Judas Iscariote.

Precisamente aquí reside la clave narrativa de la película, lo que la convierte en distinta a las demás: la adopción de un punto de vista cercano. Todos sus recursos expresivos persiguen la inmersión,

Aunque para inmersión, esta. Ni Jacques Cousteau, oiga.

Aunque para inmersión, esta. Ni Jacques Cousteau, oiga.

que el espectador se implique en la perspectiva de los personajes, más cerca que nunca y de lo que podría ser posible sin violentar el texto original (que no son solo los Evangelios canónicos, sino las visiones de la mística alemana Ana Catalina Emmerick). Los sucesivos clímax impiden la distracción, así como la eliminación de escenas accesorias: se evita diluir el episodio de la Pasión, según era costumbre, dentro del relato general de la vida de Jesús. El relato empieza directamente en Getsemaní y concluye (salvo el necesario epílogo) con el descendimiento de la Cruz; cualquier pasaje anterior aparece tan solo en breves momentos de evocación subjetiva por parte de los personajes de Jesús, María o la Magdalena.

También el diálogo se reduce al mínimo: se cuenta, por supuesto, con que el espectador ya conozca toda o buena parte de la historia, lo que ahorra rodeos discursivos. De hecho, tal vez hasta pudieran haberse eliminado los subtítulos. En su calidad de escena muda, tal vez no haya otra más perfecta que la última, la mayor aproximación al episodio de la Resurrección realizada por artista alguno (no solo cineasta): oscuridad, luz, la roca movida, la sábana desinflándose, el perfil del Hombre vivo, la luz que pasa a través de la llaga de su mano. Y echa a andar.

Han pasado diez años de su estreno, que tampoco son tantos. A juzgar por lo que cuentan de la recién estrenada Hijo de Dios, no hay indicios de que vaya a superarse por el momento el trabajo de Gibson sobre la figura de Cristo (en el que debe incluirse su producción, años antes, de una muy redonda película animada, The Miracle Maker). Al menos, no nos dejarán de volver a pasar La pasión en televisión una vez al año, junto con otras, para que podamos comparar y tal vez convencernos de que sale ganando, pese a todo.

Miracle Maker

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