Sobre héroes y rostros

La aviación del Perú ha proporcionado dos héroes reconocidos al panteón nacional. El de mayor dimensión es sin duda Jorge Chávez, a quien costó la vida convertirse en el primer piloto que atravesó los Alpes allá por 1910.

Foto tomada en un fatigoso museo de Washington. El “George” no es errata ni adaptación libre, porque así lo llamaban comúnmente en Francia, donde vivía.

Foto tomada en un fatigoso museo de Washington. El “George” no es errata ni adaptación libre, porque así lo llamaban comúnmente en Francia, donde vivía.

En cuanto al segundo lugar, de trascendencia local más que universal y antes bélica que técnica, corresponde al teniente José Abelardo Quiñones. También murió estrellado, aunque con la ventaja sobre Chávez de haberlo hecho voluntariamente y sobre la artillería enemiga. Su hazaña lo destinó a pervivir en la memoria de los peruanos por medio de la reiterada presencia de su nombre en espacios públicos y de su rostro en los verdes billetes de diez soles. 

Billete viejo

Aquí lo tenemos cuando empezó a volar de bolsillo en bolsillo, en reproducción razonablemente parecida de una de sus fotografías conservadas. Su seriedad parece como que intenta disimular la redondez juvenil de su rostro (se mató el pobre con unos 27 años), acentuada en cambio por el gorro de vuelo.

Pero los años pasan para todos, y aunque parezca mentira también para las efigies fabricadas por el gobierno. Después de años haciendo circular a José Abelardo Quiñones, alguno de los muñidores del imaginario nacional debió de reparar en que aquellos cachetes y aquel gesto formalito no hacían al heroico teniente tan distinto de cuantos otros muchachos murieron o vivieron en el Perú de cualquier época. Un Quiñones demasiado normal, demasiado parecido a Quiñones, con toda la cara de un Quiñones* que no hubiera dedicado un momento de su corta vida a adoptar la expresión y hasta los rasgos que corresponden a un héroe del Perú.

Fastidioso: a los héroes, para el imaginario popular, les pasa lo mismo que a la mujer del César. Hacían falta más Quiñones, como hubiera dicho Pedro Muñoz Seca, y el rediseño hace unos años del billetaje patrio dio la oportunidad de reformar la máscara del héroe.

Billete nuevo

Aquí está: la seriedad ahora convertida en ferocidad, al tiempo que las curvas aniñadas de su rostro se han afilado en la nariz y en los pómulos como las crestas de los Andes. Sustituyendo el gorro de vuelo por la melena flameante, parecería que nos encontramos ante un Túpac Amaru II redivivo; cambiándolo por una vincha talmente nos hallamos ante cualquier inca de tiempos de la conquista. Quizá esta serranización del aviador fuera para ponerlo más a tono con las alturas de Machu Picchu que pasaron a adornar el reverso del billete. Sea cual sea la causa, lo cierto es que setenta años después, el arquetipo de manual escolar ha desvanecido definitivamente al retrato del hombre verdadero. No me parece lo mejor.

 

 

 

 

 

Tupac Amaru II

José Gabriel Condorcanqui, alias Túpac Amaru II (1738-1781), idealizado.

*Aunque el propio Quiñones era muy capaz de no parecerse a Quiñones, y si no miren esta última foto, que según Wikipedia es también suya.

Quiñones

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