Lo que van a leer

[¿Demasiada prisa por volver al trabajo? Lee en El Tiempo de ayer la versión resumida, TE ADVIERTO que más sosita.]

El Tiempo (Piura) 13-1-2013

Mi hija mayor ha empezado a ir al colegio. De momento al curso de verano, que el de verdad empieza en marzo. La proverbial zancada de la memoria el primer día que la acompañamos a la puerta (parece que fue ayer que era bebé, etc.), se quedó en poca cosa cuando me puse a imaginar los años venideros.

Es el de abajo. El de arriba, por suerte no se ha dado el caso.

El de arriba, por suerte no se ha dado el caso. El de abajo, bueno… tú sigue leyendo.

Si algo me preocupa en el currículum de la niña, es inevitablemente la relación que habrá de tener con la lectura (es más, con la lectura literaria), que es para toda la vida. Dicen los que entienden que en esto cooperan padres y maestros, pero yo a menudo desconfío de la cooperación magisterial. Me pesa demasiado la experiencia de lo que me cuentan en la Universidad los chicos sobre qué y cómo leyeron en su etapa escolar.

Una alumnilla aún de uniforme me habló de cómo su colegio les suministraba libros que fomentaran su autoestima y su no-recuerdo-qué-más (algo que sonaba muy parecido). El hecho no me sorprende, por haber comprobado en librerías que parte de la última literatura infantil procura ir avalada, como medicamentos y alimentos, por una nota sobre sus salutíferos efectos: en la contraportada se nos indica qué valores fomenta su lectura, a saber la solidaridad, la igualdad, la tolerancia o lo que sea. (Lo que no dicen es si se devuelve el dinero, o si se retira el libro del mercado en caso de que el lector no salga de esas páginas más solidario, igualitario o tolerario). Pregunto a la colegiala un título concreto, y me dice por supuesto que El delfín, beast-seller peruano leído en los cinco continentes (¿lo declararán una de las Siete Maravillas Literarias de algún sitio?) y que promete oler pronto igual de a rancio que Juan Salvador Gaviota.* Guácala.

Cuidado: se mueve en aguas superficiales y devora niños.

Cuidado: se mueve en aguas superficiales y devora niños.

Otros estudiantes igual me han contado que en su época escolar leyeron La Biblia de barro, El código Da Vinci o Abril rojo. Lo cual me parecería muy bien si lo hubieran hecho por gusto e iniciativa propia: la adolescencia es una época estupendamente propicia para querer leer de todo, mejor cuanto más truculento y fácil (recuerdo encantado el activo tráfico de novelas de Stephen King o de la Dragonlance entre mis compañeros de secundaria). Pero aquí eran sus mismos profesores quienes les habían puesto en las manos tales libros… y ni siquiera como recomendación para el tiempo libre, sino como parte del curso. Más guácala.

Claro que hay que entender que la introducción a la literatura de calidad (que no son solo los clásicos, pero también) extendida en los colegios no parece ser un prodigio de pedagogía. Más que introducción, es un aventón: con la misma naturalidad que les dan Abril rojo para que lo lean y se lo cuenten luego al profe, a precio de nota, les dan La vida es sueño, el Lazarillo o el Mío Cid. Sin preparación previa, sin guía simultánea. Como dando a entender al pobre alumno que esa lectura es tan pesada que el profesor no está dispuesto a soportarla junto a él.

Las consecuencias pueden ser traumáticas, y desde luego irreparables: puestos a elegir, el neolector preferirá el lenguaje plano, el significado unívoco y la enseñanza explícita del libro “que entiende” antes que las secretas bellezas del que requiere cierto esfuerzo intelectual y sensible. Aquí la ayuda del profesor puede ser muy útil, siempre que este escoja tomarse la molestia de enseñar a leer: un arte que apenas empieza cuando los niños aprenden a descodificar y pronunciar las letras.

Muy ufana, cierta profesora de colegio me hablaba por su parte de cómo a sus chicos de los últimos años les habían dado para leer de Vargas Llosa (le acababan de dar “el premio”, claro) La fiesta del Chivo y el Palomino Molero. Yo, que de mis ancestros conservo un arábigo respeto por la casa en que me encuentro, asentía al tiempo que me tragaba dos preguntas: si antes del Nobel esas novelas formaban parte del plan de estudios, y cuánto los chicos disfrutaban de ciertos crudos episodios de torturas y violaciones. Y una tercera, siendo mal pensado: si sabía la propia docente qué era lo que le daba a leer a sus criaturas.

Tal como está el patio de mi casa, no conviene dormirse. Si enseñar a leer no se acaba nunca, formar un lector tampoco: es engañosa y efímera la figura del niño que lee, como señala Luis Daniel González en su denso y muy recomendable artículo, por más que el público infantil sea el que más mueve el mercado del libro (bajo presión adulta, así cualquiera).

De manera que me auguro un buen trozo de vida ejerciendo la crítica literaria doméstica. No me desagrada en principio, pero será que estoy demasiado seguro de que dará sus frutos… a mi gusto. En conclusión: pobre hija mía, la que le espera.

*De hecho, me encuentro mientras escribo, quod erat demonstrandum, que a nuestro novelista Bamba(ren) le cayó una demanda judicial de Richard Bach que no sé si se la salta un cetáceo.

13 comentarios en “Lo que van a leer

  1. Te recuerdo los maravillosos Ratas de rio,s.a, Los hijos del vidriero,Aquila el último romano…eso le quita las ganas de leer a cualquier niño.
    Cierto es que en el otro lado de la balanza estaban Sapo y Sepo, el puente, el grandioso Zoo de Pitus, el Pamplinoplas,Robi,Toby y el aeroguatutú, Jim Botón, el bandido Saltodemata,Fray Perico…creo que la literatura divertida que enganchaba se acabó de golpe en sexto de EGB.
    Que pena.
    Tengo entendido que unos años después había quien mercadeaba en clase con resúmenes de El Quijote para pasar los exámenes sin tener que leer el libro (que vergüenza!!!!!!!).

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  2. Bueno, comparto tu fobia hacia «Los hijos del vidriero» (huí desde entonces de esa autora como de la Gripe), pero «Ratas de río» no me parecía mal, aunque muy de telefilme, y «Aquila» sí me pareció una buena novela aunque quizá, lamentablemente, demasiado sombría para una edad en la que lo que nos gustaba era poder reírnos de vez en cuando mientras leemos. Como tú mismo dices, pedíamos una literatura «divertida» y «que enganchara», y el humor ayuda mucho para eso aunque no sea el único camino.
    (Por cierto, que es parte de una serie más amplia de novelas «de romanos» que parece que no se ha traducido al español, y que una ha pasado al cine hace pocos años, «La legión del águila»: ¿la has visto?)
    Yo pondría entre los «malos» que siguieron desde Sexto sobre todo «El lobo blanco», y no recuerdo más porque -y quizá ahí está la clave- a partir de ese año dejamos de leer en clase al unísono, de comentar en grupo la lectura… Hacían comprar el libro a nuestros padres, nos lo daban… y ahí se acabó la cosa. Nadie se molestó en comprobar de un modo u otro si habíamos leído «Ratas» o «Aquila»…
    En cuanto al Quijote, la verdad, no sé de qué hablas. Pero, por si acaso, tengo en la facultad cercana a los mejores abogados del Perú.

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  3. Ufffff, que alivio, no tradujeron más!!! la peli la ví y es muy mala, básicamente no pasa nada.
    Efectivamente, leer en grupo nos involucró a todos en los libros que leíamos de forma individual y coral.
    No se si a día de hoy eso se sigue haciendo.
    Robi y Toby y el aeroguatutú puede y debe de citarse en cualquier conversación cotidiana.
    Joer, si había hasta un fantasma!!!!!!

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    • Yo de la peli vi solo un fotograma del final en que a un grupo de romanos se les veían las ganas de pelearse (no sé si lo hacían al final) con otro de tipos que debían de ser escoceses, pero que parecían los primos del último mohicano. Tomo nota de tu des-aconsejo.

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  4. (Hay que ser miserable para no leer El Quijote y pasar los exámenes con resúmenes, jisjisjis…a día de hoy todavía no lo he leído. Ah! me he acordado ahora de Zapatos de fuego y sandalias de viento, Zipi, la señorita cucharita…)

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    • Señora, SEÑORA Cucharita, que estaba casada y con sus hijos viviendo lejos, y buenos apuros que pasaba la pobre por hacerle la sopa a su marido cuando se convertía en enanita… Creo que ha sido mi único contacto con la literatura noruega (y con la finlandesa, «La familia Mumin»)

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  5. He leído el Quijote unas cuantas veces. En COU tenía como asignatura «Lengua» (no «Literatura», subrayo), y en el examen final, que en mi caso fue oral (por enfermedad no pude asistir al escrito para toda la clase, y a mí y a otros dos nos examinó aparte), el profesor me preguntó si, como mandaba el programa del curso, me lo había leído. Le dije la verdad: que no. Y me contestó que acababa de suspender al que había examinado antes por contestarle eso mismo. Su examen (repito: ¡de Lengua!) consistió exclusivamente en preguntarme el argumento de dos capítulos, que afortunadamente y por casualidad conocía. Y aprobé. Yo creo que una actitud así sólo puede tener una intención lógica: alejar para siempre de la lectura a un adolescente sometido a tan demencial tratamiento «pedagógico». En mi caso no lo consiguieron; supongo que en muchos otros sí. La lectura es un placer, y puede ser una pasión; jamás una obligación. Y lo normal es que a un adolescente no le apetezca nada leer el Quijote. Puede apetecerle en cambio leer otras cosas, más apropiadas para sus años. El libro más deleznable, leído por placer y con placer, puede enseñar y formar infinitamente más que el mejor libro del mundo leído por obligación y a disgusto. Y un profesor (lo de los políticos es materia aparte, quizá de frenopático) incapaz de comprender algo tan obvio, no sabe lo más elemental de la materia que supuestamente enseña. Y lo normal es que el alumno salga de su tutela peor de lo que entró. Pero así estábamos, y me temo que no hemos mejorado desde entonces; por lo menos en España, desde donde escribo.

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    • Gracias, Pedrete. Sí, la verdad es que a mí tampoco me espantaba esa manera en que me mandaban leer; es más, la agradecía en aquel momento porque por medio de ella acababa leyendo buenos textos que tal vez espontáneamente no hubiera escogido. Luego, más reflexivamente, igual que tú he podido cerciorarme de que lo que avivó mi pasión literaria, pese a todo, a muchos otros se la apagó. Sobre todo, cuando yo mismo he tenido mis propios alumnos. Por lo que se refiere a nosotros -Cheve y yo y treintaipico chicos más- nos leímos la primera parte del «Quijote» en 3ºBUP; la segunda ya no quedaba tiempo, claro, porque cada diez capítulos nos examinaban. El método tal vez no hubiera sido malo si a la lectura hubiera acompañado algún tipo de guía, comentario… si las horas de clase las hubiéramos dedicado a algo más que a resolver un test semanal. Por eso digo que el profesor tiene que implicarse, y mostrar esa pasión lectora. También que esta es compatible con el buen gusto.

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      • Por ser completamente justo, aquel mismo año del Quijote fue también, en la misma asignatura, el de fecundas lecturas de poesía clásica: Garcilaso, Quevedo, Góngora, Fray Luis… De la mano del mismo profesor. Pero eso: de la mano. Aquí, él también «se mojaba»: ventajas del texto breve. Leíamos juntos, comentaba, pedía interpretaciones. En la Universidad me vinieron estupendas luego: yo era el único de clase que identificaba lo de «Salid sin duelo, lágrimas, corriendo».

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  6. Si no hubiese sido porque tengo una madre que religiosamente se sentaba cada noche a leerme cuentos ( como ya le habré contado vaaaarias veces), por el colegio jamas hubiese adquirido el habito de la lectura ( del cual me ufano, aunque no leo tanto como quisiera).
    Así, tengo un admirado Profesor, que mas de una vez se empeño en inculcarme el amor al Quijote, el mismo que POBRE! paga los platos rotos de un colegio con un curso de Lengua mal llevado … No me rendiré y lo prometo, leeré el Quijote y lo mirare con amor ( o al menos lo intentare), pues NO tiene la culpa tan grande obra, de que nuestro primer encuentro haya sido redactado en un español «medio extraño», en el que la mitad de las palabras parecían otro idioma; y aprovecho esto para decir GRACIAS, porque lo que un par de profesores poco atinados lograron, revivió con una primera clase de Literatura en 2009 con un profesor que mostró tanta pasión que era imposible evitar darle espacio a esa llamita que quemaba en el pecho, la misma que ahora lo confieso, al salir de esa clase con el traqueteo de sillas clásico, me hizo decir: Tengo ganas de leer algo el día de hoy.
    Y un segundo gracias, porque aunque el gran Quijote no es mi mejor amigo amigo, lo conozco como si fuese el vecino de un amigo, un amigo ( me atrevo a tomarme semejante confianza ) que me contó sus aventuras y me hizo capaz de llenar un modesto crucigrama con ese conocimiento.

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    • Me abrumas, Denisse… muchas gracias por el buen recuerdo (cuando hay alumnos a la altura, es fácil apasionarse dando una clase). Y, de verdad, no te sientas obligada a leer el «Quijote» ni nada. Si no gusta, no gusta, y hay tanto para escoger…

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      • Como abogado diría: Mas que obligación ( el deber hacer algo, de los contrario implicaria un reproche), es una carga, pues al no hacerlo definitivamente me estoy perdiendo algo, algo muy bueno.
        Y gracias por lo de » alumno a la altura», que orgullo.

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