Lecturas originales

De golpe y pinchazo, la Eneida termina con Turno, rey de los rútulos, vencido a los pies de Eneas. Cuando Turno ruega por su vida, el héroe se siente inclinado a perdonarle, que para algo le llaman el Piadoso. Sin embargo, al reconocer entre los arreos del rútulo el tahalí que perteneció a su amigo Palante, Eneas monta en cólera y “le hunde furioso en pleno pecho la espada. Mucho mejor para su conciencia resulta la versión del episodio que me encuentro mientras corrijo un examen: dudando Eneas si perdonar o no, Turno le ataca con un puñal que tenía oculto, y el Piadoso no tiene más remedio que matarlo en legítima defensa.

Situación parecida: el rey Claudio está orando, atormentado por la culpa de haber asesinado a su hermano el rey Hamlet. El joven príncipe, que también se llama Hamlet, halla entonces la oportunidad de darle muerte y vengar así a su padre, pero lo detiene un retorcido escrúpulo teológico: ejecutar a un Claudio arrepentido puede equivaler a mandarlo al Paraíso, con lo cual le estaría dando un premio antes que un castigo. Así pues, pospone su venganza hasta que pueda sorprender al rey en pecado. Sin embargo, ya van varios años en los que alumnos varios, por su parte, desprecian por obvio lo que escribió Shakespeare y eligen otro escrúpulo moral más acorde con los tiempos y los  edificantes guiones hollywoodenses: si Hamlet matara a su tío por la espalda e indefenso, se convertiría en un vil asesino como él, rebajándose a su mismo nivel, y eso es que no puede ser.

Caso un poco diferente: en Fahrenheit 451, un tiránico gobierno futurista ha puesto los libros fuera de la ley. En consecuencia, ha creado un específico cuerpo de bomberos (firemen) para descubrir a los lectores clandestinos e incendiar sus secretas bibliotecas. El bombero Guy Montag, íntimamente atormentado por su oficio, y también por su crisis matrimonial, recupera el sentido de su existencia gracias a las conversaciones con una vecina, la joven y vitalista Clarisse, y se convierte también en lector secretamente. Acabará a causa de ello perseguido por sus antiguos compañeros, escondido en un bosque como miembro de una colonia de memorizadores de libros. Mi clase, casi en pleno, ha seguido la novela con pasión a lo largo de semanas, pero el final levanta un barullo de protesta porque Montag no dirige ninguna rebelión que derribe la dictadura ni tampoco se lía con Clarisse (quien, de hecho, muere bastante pronto).

Y la mejor de todas: a muchos estudiantes les sorprende que, sin disimulo alguno, Virgilio calcara enteros episodios de Homero; que Calderón escribiera un Alcalde de Zalamea aunque Lope de Vega hubiera ya compuesto otro; que Shakespeare tomara de una novela italiana su Romeo y Julieta al igual que, por aquellos años, hizo asimismo Lope, etc. ¿Cómo se podía dar tan poca importancia a la repetición, y valorar menos aún… la originalidad?

Sin las sutilezas de Shakespeare.

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